Como primera cuestión, es necesario distinguir aridez de sequía. La aridez es una condición permanente y las sociedades que viven en los desiertos se han adaptado a ella, realizando las obras necesarias para suplir la falta de agua. Por el contrario, la sequía es un fenómeno circunstancial o esporádico que provoca un desastre.
A diferencia de los demás fenómenos naturales, las sequías suelen ser prolongadas y de mayor alcance, por lo que el daño ocasionado a largo plazo es mayor. Las consecuencias alcanzan a todos los aspectos de la vida. Se pueden destacar:
• falta de agua potable, por la disminución del caudal de ríos y arroyos y el agotamiento de las napas freáticas.
• hacinamiento en las ciudades: éxodo rural a causa de la muerte del ganado por sed y hambre por falta de pasturas. Además, el viento provoca la voladura de los suelos arrastrando su capa fértil.
• crisis económica, el ganado adelgaza por falta de pasturas y baja su precio en el mercado. Además, su debilidad lo hace más vulnerable a las epidemias. También se elevan los precios de los alimentos al perderse las cosechas.
• aumenta la frecuencia de incendios, al elevarse la temperatura y la aridez.
Una de las sequías más importante se registró en El Sahel (África) entre 1969 y 1973. Afectó al sur del desierto del Sahara y produjo un aumento de su superficie (en Mauritania, Senegal, Malí, Burquina Faso y Chad). Además, murieron más de 200.000 personas de hambre y la mayor parte de los campesinos tuvieron que emigrar por las pérdidas de las cosechas y la muerte del ganado.
Es por esto que vale decir que tenemos que ser racionales en cuanto al consumo de agua dulce, a el gasto de energía eléctrica y un sin fin de cosas más que dañan la capa de ozono y provocan este tipo de catástrofes naturales.